viernes, 27 de agosto de 2010

Cuando se falsea el género del abecedario con verdadera violencia

De mi primer día del colegio sólo recuerdo la salida al recreo. Es uno de esos recuerdos a cámara lenta que puedes revivir cuando te de la gana. El pasillo para salir al patio era oscuro y fresquito y al traspasar la puerta una llamarada de luz onubiló mis cuatro años. Esta décima de segundo, en la que la pupila cambia su obturación y pasas del blanco destello a la vida real, dió lugar a un parquecillo de arena hacia donde corrían todas las niñas a mi derecha y a una pelota de plástico de las Tortugas Ninja volando por el aire en la zona izquierda, con un escuadrón de niños eufóricos persiguiendo la trayectoria esférica de su sombra.

Ovbiamente me fuí con los niños. Era mucho más emocionante. Desde entonces siempre jugué con ellos. Era una de las dos únicas niñas de todo el colegio que en el recreo le daban al balón en lugar de saltar a la comba. En el Madrid del 91 aquel hecho era extraño, aunque yo no era consciente pues elegí eso de la manera más natural en mi primer recreo vivido. Pero jamás me sentí discriminada con los compañeros porque yo siempre había estado ahí. En el parque, con niños nuevos eso era otra historia bien diferente, como mucho podía aspirar a ser portera -y me hacían un favor-. Más de una vez me acerqué con esa frase mágica del "¿Puedo?" y tras insistir mucho, pues parecía yo transparente en medio del partido, algun niño compasivo me decía "no". Yo preguntaba que por qué. "Porque eres una chica".



Si hubiera nacido en Afganistán el recuerdo de primer día de clase podría haber sido perfectamente como el de la niña de la película "Buda explotó de vergüenza". No sólo no me hubieran dejado pasar al aula, sino que probablemente, de vuelta a casa, me hubiera metido en un buen lío si me encontraba al molesto grupito de niños que juegan a ser talibanes y a mí, por ser mujer que viene de querer ir a la escuela -algo que prohibieron cuando estuvieron en el poder del 96 al 2001-, me vejan la existencia.

Todo esto sucede en una película, pero también aparece como hecho en los periódicos. En lo que llevamos de año 17 escuelas femeninas han sido agredidas por los talibanes. En el útimo embate, 46 alumnas han sido intoxicadas tras sufrir un ataque con gas en mitad de las clases.

Ante esto el pequeño hombre del nuevo siglo no se pregunta nada. No hace falta. Simplemente deduce que eso no es justo y que él jamás lo hará. Que el abecedario no tiene género. Y yo me pregunto si, en unos años, sabrá diferenciar igual de bien el machismo integrado de las sociedades civilizadas, donde se manifiesta de una manera tan sutil que, a veces, aunque las menos, somos las mujeres sin darnos cuenta las propias talibanas de nuestras alas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario