viernes, 20 de agosto de 2010

Sobre los apocalíticos que se integran


Humberto Eco publicó en el 65 un libro en el que hablaba de dos tipos de personas -o productos culturales- en función de su comportamiento: la vieja generación de apocalíticos, aferrados a las creencias conservadoras con un papel importante de la religión en sus vidas y la nueva generación de integrados, cuya imagen simbólica podría ser la del mito de los "supermanes" lanzados al mundo para sobrevivir de la manera más brillante posible. 45 años después, estos conceptos puede que ya no esten tan definidos ni sean tan maniqueistas. Se me vienen a la cabeza muchos ejemplos, pero, por actualidad, me centraré en Arnold Alois Schwarzenegger: modelo, culturista -que un año después de aparecer "Apocalítpicos e integrados" ganó el premio al Hombre Más Musculoso de Europa- , actor que encarnó a Terminator y político estadounidense. Para ponernos en antecedentes, en el siguiente vídeo veremos un programa en el que un joven Arnold nos explica su toma de contacto con el carnaval de Río:





Las mujeres, sus traseros, clases de portugués y zanahorias. Un fascinante documento del pasado encabezado por el -incomprensiblmente tras ver el vídeo- actual Gobernador de California, perteneciente al Partido de Republicano, facción política que podría ser considerada del bando de los apocalípticos. Pero, ¿se puede ser integrado con tales antecedentes?

Arnold lo es, con orgullo. Todo un superhéroe pionero en su país que va a mandar un ejército a la frontera como solución para frenar la inmigración que llega desde Mexico. Y también para evitar el tráfico de drogas, pero me negaba a redactar en una misma frase las dos cosas seguidas -hay que tener cuidado con el subconsciente latente de la semiótica-. Póngale puertas al campo si es usted un superhéroe -o un Terminator, que no deja de ser una especie hombre robótico por encima de los demás-. Brillante solución política en un contexto en el que planean -en vuelos bajos- propuestas como la ley de Arizona o la ley Sarkozy de inmigración, mientras los flujos migratorios siguen brotando -a causa de las penurias que se viven en ciertos países- para el beneplácito de los empresarios que consiguen mano de obra barata y sin ningún tipo de derechos.

En los debates sobre inmigración se habla de criminalidad, de insostenibildad del Estado de Bienestar si se cobra en negro pero se usan los servicios sociales -en caso de que los haya-, de las concentraciones de inmigrantes que transforman los barrios en su propio país -también denominados a la ligera como "gettos"-, de las discrepancias culturales y de los problemas de convivencia.

Tras estos argumentos y en su afán esclarecedor de los problemas de raíz, el niño pregunta sobre alternativas a los trabajos relacionados con el crimen, sobre por qué se les culpa de cobrar en negro si son los empresarios los que orquestan estos contratos para su propio beneficio, sobre por qué no salen a debate los autóctonos que cobran millonadas evadiendo impuestos a tutiplén, sobre las actividades de integración que podrían sentar a dos comunidades diferentes una frente a otra para aprender a convivir en lugar de odiarse ipsofacto, y, lo más importante, el niño pregunta a sus mayores que si los inmigrantes se van de sus países y dejan una buena vida para tomarse unas vacaciones de placer en el mundo desarrollado.

Los mayores no saben qué contestar. Claro, sólo son críos, aún no saben lo que es el mundo. Los pequeños, por su parte -y si no les estropean antes de tiempo-, tienen clarísimo lo que será.

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