lunes, 23 de agosto de 2010

Maneras de sobrevivir o el milagro de la comunicación


A tres rascacielos bajo tierra no es el título de una serie televisiva americana. Es la situación de 33 mineros sudamericanos. Surcamos y removemos toneladas de tierra, bucles laberínticos que rastrean en la oscuridad las entrañas de la pachamama para rebañar todo el cobre y el oro con el que se topen. En uno de esos húmedos recodos se encuentran 33 personas con vida, que han sobrevivido tras un derrumbe en la mina. Han estado 17 días incomunicados con los escasos alimentos guardados en el refugio.

Cuando las esperanzas estaban perdidas en Atacama, al norte de Chile, colgada de una sonda apareció una nota desde las profundidades de la tierra, un papel con apenas 7 palabras mágicas "estamos bien en el refugio los 33".

Cuántas notas dejamos por las cocinas. Cuántos correos escribimos. Postits en la oficina. Listas de la compra. Dibujos de nuestras abstracciones en los márgenes de los cuadernos. Cuánta comunicación a pequeña escala infravalorada. Pero no es un problema de escalas: periódios, televisión, publicidad en todas partes y estímulos efervescentes a contrarreloj son grandes escalas también insuficientes para impresionarnos. Palabras, mensajes, contextos, todos digeridos por una gran aspiradora que deja el sentido de la comunicación no limpio de valor, sino aséptico de comunicación. La comunicación, por si alguien ya lo ha olvidado, son esos escalofríos -cálidos o congelados- que nos producen otras personas con su interacción en nuestro mundo.

Hay niños de este siglo que aún no saben escribir -muchísimos jamás aprenderán- pero no han dejado de maravillarse con cada palabra nueva -incluso poniendo las viejas a su disposición para seguir creando milagros-. ¿Por qué es necesario quedarse atrapado en una mina durante 3 o 4 meses por la avaricia de un empresario que no es capaz de poner medidas de seguridad para que los mayores se den cuenta de que comunicarse es un Big Bang extraoridnario y constante?

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